Odisea en Glasgow (2)

Antes de que ruede el balón los periodistas nos damos cuenta que va a ser difícil trabajar en las mesas que nos han preparado, puesto que son diminutas. Eso sí, las vistas fantásticas e, insisto, el catering sigue a un gran nivel. Al descanso una tarta de carne por persona y café calentito para entrar en calor.

Se disputa el partido. Cero en todo. Ni espectáculo, ni goles. Pero poco importa eso cuando estás trabajando, seas del equipo que seas. En el primer minuto uno ya está pensando en la que se va a liar en la zona mixta. Eso es la verdadera guerra. No hay tregua. Cada uno busca lo suyo y, en muchos casos, lo del compañerismo no se lleva.

En todo caso, no nos podemos quejar del montante de los del Rangers, aunque se podía mejorar de una manera muy fácil: un poquito más de espacio.

Se suele decir que después de la tempestad llega la calma, pero en esta profesión eso no existe. Vas al aeropuerto y sigues atento a todo lo que pasa y se mueve. Y mucho más si hay problemas.

En Glasgow tienen serios problemas con la informática y, si se estropea un ordenador no hay manera de arreglarlo. Al menos eso es lo que pareció ayer. No había otra solución que cada pasajero del chárter pasara por el mostrador y diera sus datos. 250 personas, una por una.

Eso supuso que se juntaran jugadores, periodistas y afición, con lo que los autógrafos y fotos iban que volaban. Ronaldinho no paraba. Thuram leía un libro sobre el racismo en Francia apartado del grupo. Algo similar hacía Oleguer mientras hablaba conmigo y un compañero sobre las definiciones políticas de algunos grupos ultra. Sylvinho, con Txiki Begiristain, estaba atento al resumen del resto de partidos de la Champions. Messi y Milito escuchaban música. Rijkaard con su inseparable Claudio matando el rato. ¿Y Laporta? Se coló. Se puso el primero y entró antes que nadie al avión.

A primera vista parece que el presidente fue inteligente. Nada más lejos de la realidad. El avión salió con dos horas de retraso. Nos tuvieron más de una hora dentro de la nave, sin movernos, y con los dni ‘secuestrados’.

El aire acondicionado brillaba por su ausencia y apretaba la sed. Pedimos unas latas de coca-cola pero no hubo manera. Según las azafatas “no se puede servir nada hasta que el avión no tome rumbo a Barcelona”, pero curiosamente los jugadores y los aficionados sí podían pedir refrescos. Sólo los periodistas subsistimos a base de agua. ¿Por qué?

Llegamos a Barcelona a eso de las 5:30 de la madrugada y, como es habitual, lo de descargar las maletas se retrasa. Los operarios prefieren hacerse fotos con los jugadores que cargar con bultos, así que hay que esperar a que terminen las instantáneas.

En la cinta de las maletas, compás de espera. Los ánimos se caldean, la gente está cansada. Le pregunto a un aficionado cuánto ha pagado por viajar con el equipo, algo más de mil euros (con lo que cuesta ganar eso), y encima para vivir un partido pésimo. Me mira y me dice: “tú eres un privilegiado, ya les gustaría a muchos periodistas estar donde estás tú”. Tiene razón, pero él no se tenía que levantar para ir a trabajar hoy.